Horacio Badaraco
Horacio Badaraco, (1901-1946), militante anarquista argentino, periodista de La Antorcha y colaborador de otras publicaciones libertarias, fundador de la Spartacus Alianza Obrera y Campesina.
Biografía
Nació el 14 de marzo de 1901 en Buenos Aires, en una familia adinerada (constructores de barcos y banqueros. Desde los 11 años se interesó por la literatura anarquista. A los 14 años, el dramaturgo Rodolfo González Pacheco lo invitó a acercarse a círculos anarquistas y a escribir en La Obra, cuando tenía 16 años. Sus escritos causaron gran repercusión.La represión a los obreros patagónicos huelguistas de 1921 lo impresionó profundamente. Según el historiador Osvaldo Bayer
Cuando llegó el momento de hacer el servicio militar (hecho que muchos anarquistas, por principio, no hacían: o desertaban hacia el Uruguay o se cambiaban de nombre), Badaraco decidió que lo cumpliría para agitar desde adentro y hacer propaganda revolucionaria en el seno mismo del militarismo reaccionario argentino. A finales de 1923, frente al cuartel de Palermo, donde Badaraco era recluta, un anarquista alemán, Kurt Wilckens, mata con una bomba y siete disparos al coronel Varela, represor en la Patagonia. Badaraco reparte volantes en el cuartel recordando las matanzas de los obreros patagónicos. Badaraco fue acusado de señalarle a Wilckens quién era Varela. Bajo esta acusación fue salvajemente torturado y encerrado ocho meses en prisión. Desde allí escribe artículos, que son sacados por distintas vías, para el periódico anarquista La Antorcha, y será el defensor de los presos del vergonzoso régimen carcelario en la época radical.Contrajo matrimonio con Ana Romero, obrera del vidrio, y renunció a la herencia familiar. Trabajaba como lavador de autos, mientras escribía para La Antorcha. Los temas en los que trabajaba y dedicaba sus esfuerzos era el antimilitarismo, la defensa de la mujer y la educación antiautoritaria y racionalista.
Osvaldo Bayer, revista El Porteño, Buenos Aires, marzo de 1985
Luego de un atentado a la Embajada de Estados Unidos por el caso Sacco y Vanzetti, es acusado y llevado a prisión junto con Alberto Bianchi, también miembro de La Antorcha, iniciando una huelga de hambre. Dos semanas después se adheren a la huelga todos los detenidos Departamento Central de Policía. Pronto salen en libertad los dos anarquistas.
Seis meses después, luego de justificar el atentado de Wilckens en un artículo, Badaraco es nuevamente encarcelado; allí inicia una campaña para la liberación de Simón Radowitzky. Con el golpe militar de José Evaristo Uriburu, en 1930, trasladan a Badaraco al penal de Ushuaia. Estará aislado un año y medio, recibiendo un tratamiento inhumano.
Una vez libre, comienza a simpatizar con el espartaquismo alemán de Rosa Luxemburgo. Con Domingo Varone y Antonio Cabrera, también anarquistas, funda la Spartacus Alianza Obrera y Campesina. Su consigna era: "obreros, campesinos y soldados a luchar por el socialismo". La gran huelga de la construcción en 1935-36 fue obra de la Spartacus, que tuvo que imponerse al sindicato dominado por los comunistas.
En 1936, Badaraco viaja a luchar en la revolución española en las columnas anaqruistas, colaborando con los periódicosSolidaridad Obrera y Juventud Libertaria.
De vuelta en Argentina, siguió bregando por la unión obrera, pero también inició contacto con los estudiantes universitarios. Badaraco padecía de problemas cardíacos, y en esos años sufrió un primer infarto. En agosto de 1946, muere en Buenos Aires a los 45 años.
Un héroe prohibido
20/11/2015
Por Osvaldo Bayer
¿Cómo
recrear —pregunta Bayer— un movimiento que represente a los postergados
haciéndolos sentir protagonistas? La vida del anarquista Horacio
Badaraco es testimonio de esa búsqueda. Hijo de banqueros, reprimido
durante y después de los primeros gobiernos radicales, siempre atento a
la voz tronante y vindicadora de la dinamita, Badaraco murió en 1946
diciendo del peronismo: "es el castigo de nuestras insuficiencias en
materia y en vida política".
¿Cómo
hacer? es la pregunta. ¿Cómo re-crear un movimiento que represente
legítimamente a los postergados haciéndolos sentir protagonistas? La
misma pregunta se hizo en la década del ’30 un luchador admirable, un
hombre hoy absolutamente desconocido, olvidado, tapado por los
pequeños intereses de capillas y sectas intelectuales y políticas. Una
figura que sólo puede compararse al Agustín Tosco de veinte años
después. Hay entre ellos como una línea constante. La esperanza está en
que en éstos, nuestros años de desorientación, una nueva corriente
retome actualizada a la realidad latinoamericana lo ya iniciado por los
precursores.
DE ANATOLE FRANCE A BAKUNIN
Se
llamó Horacio Badaraco. Gorki lo hubiera llamado sencillamente “un
héroe del pueblo”. Y, para describirlo, necesitaríamos la sensibilidad
de un Dostoiewski. ¿Por qué dos rusos? Porque Horacio Badaraco tiene,
precisamente, aquellas cualidades de los revolucionarios del ’19:
ingenuidad, humildad, arrojo, una fe inconmensurable en el ser humano.
Hasta
por su origen tiene algo del príncipe Mishkin dostoiewskiano. Horacio
Badaraco era de una familia muy rica. Su abuelo había sido el gran
empresario de La Boca, el de los astilleros. En su casa se estilaba la
mucama uniformada y el valet de guante blanco. En ese hogar nació el 14
de marzo de 1901. Pocas satisfacciones iba a dar ese hijo a sus padres,
que de constructores de barcos avanzaban al privilegiado status de
banqueros. A los 11 años ese chico que vivía en el barrio de Congreso
fue sorprendido varias veces curioseando libros en la librería Perlado,
que dedicaba buena parte de sus anaqueles a la literatura anarquista.
A
los 14 años espiaba a través de los cristales del café Gaumont —allí,
también, en Plaza del Congreso, de la misma vereda de la librería
Perlado— a los intelectuales anarquistas. Y fue el dramaturgo Rodolfo
González Pacheco quien lo llamó y lo invitó a sentarse a la mesa para
que escuchara y debatiera con los socialistas libertarios. Y fue ese
González Pacheco —moño volador, sombrero de anchas alas— quien lo
invitó a escribir en “La Obra”. Tenía 16 años. A través de Zola, de
Anatole France, de Eliseo Reclus había llegado a Bakunin, al príncipe
Kropotkin. Y como su primera colaboración sorprendió, pasó a ser
directamente redactor del vocero anarquista.
Años después, Badaraco describirá así su llegada a “La Obra”: “Tiempos
de una mayor fe, de una agitación y fuego en las almas, más tenaces y
cálidos. Yo contaba, para ese entonces, unos dieciséis años escasos.
Había, con anterioridad, conocido librescamente las ideas y tratado
algunos hombres que las sustentaban. Pero ignoraba los afanes y las
luchas de los anarquistas. Era necesario algo así como un deseo bien
fuerte en mi juventud, ir hacia ellos, vivir en comunicación, en
hondura y en fe, junto a sus existencias tan perseguidas y exaltadas,
movidas imperiosamente hacia el dolor como por un aliento de tragedia.
Debía hallar esa representación ideal. ‘La Obra’, por ese entonces,
era una llama de ardor que proyectaba una singular atracción en los
espíritus jóvenes. Fui a ella, solo, sin más compañía ni identidad que
mis pocos años, y hubo unas manos francas y cordiales, efusivas y
buenas, que una mañana me dieron confianza y compañerismo. Yo sé bien
la influencia que grabó en mí aquel primer contacto con unos hombres
bohemios que vivían en una constante dedicación a la vida de las ideas y
eran perseguidas. La casa anarquista, lo que constituía la vida
espiritual de ‘La Obra’ distaba algo apartada, en un barrio del
suburbio... Y ello dotábale de un mayor encanto. ¡Cuántas noches, aun
con mis libros de texto bajo el brazo marchaba hacia ‘La Obra’! Allí
quedaba largamente una, dos, tres horas observándoles, viviendo en la
medida de mi interioridad en sus afanes, cambiando algunas impresiones,
pocas y breves, dado mi natural tímido. Pero aquello significaba una
atracción poderosa, el descubrimiento de una nueva sociabilidad, la
elaboración de mi propia personalidad; fui viviendo un ambiente nuevo,
desconocido, que yo ligeramente había imaginado al doblar de las
páginas de mis libros. Eran los compañeros...”
Ese
joven, apenas un poco más que adolescente, va superando su timidez en
la acción. No sólo escribe, con un estilo cada vez más firme y propio,
sino que a la palabra escrita acompaña la palabra gritada en el mitin y
la acción.
Años
fundamentales le tocó vivir al joven Badaraco: los ecos de la
Revolución Rusa, que provocaría en la Argentina la división del
movimiento anarquista —los que siguieron firmes con su utopía de
revolución en libertad, y aquellos que fueron denominados
“anarcobolcheviques”, por su apoyo a Lenín—, la “Semana de Enero” de
1919, que luego pasaría a ser la “Semana Trágica”, con la sangrienta
represión del gobierno radical contra el levantamiento popular, y la
lucha contra una nueva forma de represión parapolicial, la Liga
Patriótica Argentina, los “niños bien”, que salían deportivamente a
cazar obreros rojos por las calles de Buenos Aires. Pero un hecho iba a
marcar definitivamente a ese joven luchador: la represión militar
enviada por Yrigoyen contra los obreros huelguistas de la Patagonia. En
esos meses, Badaraco fue uno de los que más agitó para que se ayudara a
los trabajadores que habían sido abandonados a su propio destino. Un
año después, debió decidirse: tenía que cumplir con el servicio militar.
En general, por principio, los anarquistas no se presentaban. O
desertaban al Uruguay o adoptaban otros nombres. Badaraco creyó más
importante cumplirlo para agitar desde adentro, para hacer propaganda
revolucionaria en las propias entrañas de ese militarismo tan
reaccionario como era el argentino. A fines de enero de 1923, frente al
cuartel de Palermo, donde Badaraco es recluta, un anarquista alemán
llamado Kurt Gustav Wilckens mata con una bomba y siete certeros balazos al teniente coronel Varela,
el represor de los obreros patagónicos. El hecho conmocionó al país.
El conscripto Badaraco reparte volantes en el cuartel recordando la
matanza de obreros patagónicos.
PROLETARIOS ENTRE REJAS
De
inmediato es detenido y acusado de señalar al alemán Kurt Wilckens
quién era Varela. Es torturado bárbaramente y encerrado en la prisión
nacional, en las peores condiciones. Durante los ocho meses que
permanecerá en la cárcel será el defensor de los presos. Escribirá
artículos que son sacados por distintos conductos de la prisión y
aparecerán en el periódico anarquista “La Antorcha”. En ellos describirá
el sufrimiento del “proletariado entre rejas”, como llama él a los
condenados. Sus escritos han dado testimonio de la ignominia del régimen
carcelario durante el gobierno radical, que en nada había mejorado las
condiciones en que se hallaba durante el antiguo régimen. Ushuaia,
Sierra Chica y prisión nacional son nombres que quedaron como estigma
de la sociedad argentina.
Tal vez, un sólo párrafo de su “Breviario de los reclusos”
nos pueda dar aunque en forma muy pálida, un reflejo del alma solidaria
y evangélica de este joven revolucionario. Se refiere al día domingo de
los presos, cuando los familiares les traen algo de comida: “Nosotros,
los reclusos bien sabemos lo que una ofrenda significa. Aquellas frutas
coloreadas, tan atractivas, tan soleadas y hermosas, traen toda la
frescura de un huerto humilde en brazos de aquella niña; y esos panes
dorados que alcanza esa viejecita al compañero judío poemizan todo el
encanto del sábado hebreo. No hay cosa mejor que pueda hablar al
corazón de los presos que esos días de ofrenda. Pero por qué la cárcel
nos habla del recluso sin ofrendas, sin comunicación, sin alborozo
dominical. Nosotros, los reclusos, bien sabemos la honda tragedia del
prisionero. El anciano, el muchacho venido de lejos, el extranjero,
quedarán olvidados, sin ofrendas. Hagamos un gran lazo de unión con las
cárceles, una bondad a tiempo, una efusión, un convencimiento, el
revivir idealmente una nostalgia, el despertar un gran fuego de amor: he
aquí la ofrenda que no será venida en domingo pero que descenderá
amorosamente de nuestro corazón.”
Cuando
salga de la cárcel, como en una novela de Gorki, este hijo de
acaudalada familia unirá su vida a una obrera del vidrio: la española
Ana Romero. Escribirá a sus padres renunciando a toda herencia, a todo
bien que le hubiera podido corresponder. Se ganará la vida como
lavador de coches y en las horas libres será redactor de “La Antorcha”,
el periódico del anarquismo combativo.
El
primer domingo libre irá a visitar la tumba de Kurt Gustav Wilckens, el
alemán anarquista que había vengado a sus compañeros patagónicos y que
acababa de ser asesinado en la prisión por un “niño bien” de la Liga
Patriótica. Escribirá una nota que titulará: “Calle 3; tablón 4, sepultura 58”, una bella página de literatura proletaria. La humilde tumba del héroe extranjero. “Leemos —dice— en el latón que índica su tumba: ‘Kurt
Wilckens. Falleció a consecuencia de su ideal. En la mente de sus
compañeros queda grabada su acción’. Quedamos un tiempo incontable, una o
dos horas, silenciosamente, ante la sepultura 58. Un sin fin de ideas y
de recuerdos se asocian a nuestros pensamientos. Esas manos anónimas,
obreras, representan para nosotros una fuerza ideal que no perecerá
jamás, que brotará permanentemente hacia la vida. Fueron las que
procuraron flores a su tumba y esa recordación de que en la mente de sus
compañeros quede grabada su acción. ¡Qué sencillo y hermoso es todo
esto! Es como aquel campesino ruso que a la muerte de Kropotkin cruzó a
pie la inclemencia de la estepa para, a falta de un recuerdo en su
tumba, ayudar a cavar la tierra helada y endurecida de su fosa. El
sabía que había muerto un santo, y la tumba de un santo debía ser cavada
por los brazos toscos de un campesino.”
En su párrafo final del adiós al caído, dice: “Volvemos
a la ciudad algo intranquilos, con una fuerte esperanza, como en
aquella mañana de sol en que Kurt hizo vibrar en los aires, cara a la
fiera, la voz tonante y vindicadora de la dinamita”.
A
tres temas se dedicará el recién salido de la cárcel: el
antimilitarismo, la defensa de la mujer y la educación racionalista y
antiautoritaria. Los considera esencial para la liberación del hombre.
Pero también eleva su voz airada ante la matanza de indios que se
comete en Chaco y Formosa que se hace en nombre de la civilización. Los
“salvajes civilizados" —como los llama Badaraco— cometieron en 1924 la
expoliación y el crimen con los indios mocovíes, con ayuda de la
gendarmería y el silencio del gobierno radical. Ante el fuego de
fusilería, los indígenas trataron de defenderse con danzas rituales que
les sugería su religión para defenderse del mal. Fueron asesinados así
centenares de hombres, mujeres y niños, y quemadas sus tolderías. “La mayoría de las grandes fortunas americanas —escribe Badaraco— se
han labrado sobre esta base, la conquista y reducción del aborigen;
los Unzué, los Alvear, los Alzaga, los Anchorena y otros ilustres
apellidos de la aristocracia criolla han conseguido destacarse del
conjunto de estas empresas; los Barthe en el norte y los Braun Menéndez
en el sur, como las empresas de frigoríficos en las costas patagónicas o
de las grandes cabañas o estancias levantadas sobre los pies de los
Andes, no han obrado en distinta forma, y análogos procedimientos se
emplean en las industrias del vino y del azúcar.”
TRAIDOR A DOS PATRIAS
A esa segunda mitad de la década del veinte no le faltarán temas para la lucha. El nombre de Sacco y Vanzetti recorrerá el mundo.
Los obreros argentinos harán paros generales con actividad en las
calles. Hay atentados contra la embajada de Estados Unidos y edificios
de empresas norteamericanas. En una gran manifestación en Plaza del
Congreso es quemada una bandera norteamericana. La policía acusa a
Horacio Badaraco y a Alberto Bianchi del hecho. Dos hombres de “La
Antorcha” anarquista. Nadie cree en la acusación, todos saben que se ha
acusado a los hombres más consecuentes con sus ideas y por eso más
peligrosos. Se les inicia juicio bajo el pomposo nombre de “traición a
la patria” por quemar la bandera de un país amigo. Hasta parece una
traición del inconsciente de ese gobierno de Alvear. Badaraco inicia una
huelga de hambre, pero de esas sin jugos ni inyecciones. “La Antorcha”
informa en su boletín especial de ese 14 de agosto de 1927. “A
‘La Antorcha’ no la enmudece nadie; ‘La Antorcha’ no es un chanchito
de goma, lleno de viento que cualquier perro tarasconea y desinfla. Van a
morder fierro aquí. No saben los burros que la palabra anarquista no
muere en un día ni en una noche. Será siempre peor si nos meten en la
cárcel. Hay cien más para llenar esta página y después todavía quedan
los otros, que no saben escribir pero que saben dar unos fierrazos
macanudos. Y esto no es drama ni chunga. Es una fija que les
adelantamos. Badaraco lleva ya cuatro días de huelga de hambre y Bianchi
dos. Los dos están incomunicados.” A dos semanas de iniciada la
huelga de hambre se pliegan a la misma todos los presos del Departamento
Central de Policía, de la cárcel de encausados y de Villa Devoto. Al
gobierno radical no le conviene esta complicación. Pese a las pruebas
fraguadas por Orden Social —la policía política de aquellos tiempos— los
jueces ordenan la libertad condicional de los dos libertarios.
Pero
poco le durará la libertad a Badaraco. Seis meses después es
condenado a un año de prisión —a cumplir— por “apología del crimen”. La
justicia se basa para ello en un artículo sobre Wilckens, en el cual
Badaraco justifica la actitud del vengador.
Pero
la prisión sólo servirá para fortalecer aún más la fe revolucionaria y
el sueño del socialismo libertario de Badaraco. Vendrá enseguida la
campaña por la liberación de Simón Radowitzky.
Habrá huelga generales hasta en el pueblo más pequeño de la República.
Tiempos en que los trabajadores salían a la calle más por solidaridad
que por el propio salario.
Pero
ya había otro factor que no dejaba dormir a ese hombre de lucha: la
falta de unidad de las izquierdas. En el mismo anarquismo se había
producido una división que llevaba a una lucha fraticida y las páginas
de los periódicos de lucha se preocupaban más de acusar al hermano de
ideas que de luchar contra el enemigo común. El movimiento obrero,
dividido en tres centrales, se debilitaba cada vez más. Esta decadencia
fue patente en el golpe militar de Uriburu, en setiembre del ’30. Ese
movimiento obrero que había vivido tantas epopeyas de lucha no había
logrado paralizar el país en repudio a ese régimen dictatorial con su
ministerio de Barrio Norte. Y la represión, por supuesto, cayó contra
los verdaderos revolucionarios. Fusilamientos, clausura de periódicos y
sindicatos, el penal de Ushuaia para los argentinos, la expulsión del
país para los extranjeros.
Badaraco
siguió luchando los primeros días para sacar así volantes de
resistencia y “La Antorcha”, pero finalmente fue detenido y enviado a
Ushuaia. Es el momento en que los militares se dan el gusto. En el
trasporte “Chaco” meten —en las sentinas— a 860 detenidos, en un lugar
para apenas 150. Van juntos presos políticos y comunes. Badaraco
promueve una asamblea, en la que se elige a una delegación para ver al
capitán del buque. Sólo pide que se dejen abiertas las bodegas para que
los presos puedan respirar. Badaraco llevará la voz de los
perseguidos. Pero no es gratuita la actitud. Cuando llegan al penal de
Tierra del Fuego le dan la bienvenida con la habitual paliza con
cachiporras. Un año y cinco meses pasará en esa prisión en condiciones
degradantes sin poder escribir ni recibir una carta de sus seres
queridos. Pero la prisión le servirá para tomar contactos con otros
luchadores de otras ideologías. Junto a sus compañeros anarquistas
Mario Anderson Pacheco, Miguel Angel Angueira, César Bal- buena, Luis
Oneto, David Grinfeld, Domingo Varone, Francisco Rivolta, Roque y
Vicente Francomano, estaban los comunistas Manzanelli, José Peter,
Genónimo Arnedo Alvarez, pero también trotzkistas, socialistas
combativos, sindicalistas puros. Allí comenzaron a llamarse compañeros.
El
2 de marzo de 1932 regresaron en el transporte “Pampa”. El cronista
de “Crítica” está impresionado por el estado Físico de los ex presos.
De Badaraco escribirá: “Tenía una sonrisa buena y resignada como la de Jesús”.
Pero
no eran tiempos de resignación. A la triste y bruta dictadura militar
iba a seguir la década infame, con otro militar, el general Justo,
ayudado por conservadores, radicales y socialistas. La CGT había
surgido con un comunicado de alabanza al dictador Uriburu, mala partida
de nacimiento. La realidad era que las verdaderas organizaciones de
lucha habían sido barridas, vencidas. ¿Era posible seguir con las mismas
discusiones y divisiones de la década del veinte?
LA UTOPIA, SIEMPRE
Badaraco
seguía creyendo en su socialismo en libertad, en la revolución
antiautoritaria, pero fue alejándose de la ortodoxia. Buscaba
desesperadamente un nexo con aquellos que querían también una sociedad
más justa. Quería la unidad de los que luchan. Es cuando comienza a
simpatizar con el pensamiento del espartaquismo alemán, cuya ideóloga
había sido Rosa Luxemburg. Pero no por su base marxista sino por esa
especie de radicalismo utópico que trataba de imprimir al proletariado
la pensadora asesinada en Berlín. Es así como con dos compañeros
anarquistas, Domingo Varone y Antonio Cabrera funda SPARTACUS, Alianza
Obrera y Campesina, que en su primer llamamiento convocaba a “obreros, campesinos y soldados a luchar por el socialismo”.
El
grupo Spartacus logrará su máxima actividad en la célebre huelga de la
construcción de 1935-36. El Sindicato de Albañiles estaba dirigido en
aquel entonces por los comunistas. Pero todo el movimiento obrero se
solidariza con ellos. El Gran Buenos Aires se transforma en una cadena
de ollas populares para los huelguistas y sus familias, formándose lo
que se dio en llamar "el cordón rojo”. El 7 de enero de 1936 se declara
la huelga general de todos los gremios en apoyo a los albañiles y la
misma se prorroga 24 horas más. “Las persecuciones que la rodearon —escribe Marotta, que ideológicamente estaba en contra de quienes dirigían la huelga—, las
detenciones, clausuras y deportaciones; los muertos y heridos
registrados en choques con la policía en Villa Urquiza, Liniers, Nueva
Pompeya y Villa Soldati, no impidieron que a los 96 días de estallada,
terminase con el triunfo de los obreros.”
Fue
el momento de gloria para Badaraco quien había comprobado que los
triunfos se hacen sólo sobre la base de la unidad de los luchadores.
Pero pronto volvieron las divisiones, las luchas intestinas. Por culpa
de todos.
En
1936 Badaraco marchará a España a luchar con el pueblo español contra
Franco, sus militares, sus curas, sus escuadras fascistas. Allá
colaborará con las columnas anarquistas y en los periódicos
“Solidaridad Obrera” y “Juventud Libertaria”. De allá volverá con el
mismo convencimiento de siempre: la falta de unidad lleva a la derrota,
ineludiblemente.
A
su regreso sufre el primer infarto cardíaco. Pero sique, en las páginas
de “Spartacus” su búsqueda de unidad. Era muy difícil eso de tratar de
unir el agua y el aceite. Sus viejos compañeros de ideas lamentaban lo
que creían un alejamiento; los que estaban en la vereda de enfrente
tardaban mucho en cruzar la calle. Badaraco trabajaba ahora en los
talleres gráficos Standard. Pero no dejaba de dar su solidaridad con los
trabajadores en huelga. Como lo hizo en la famosa huelga de las obreras
botoneras, durante la cual fue secuestrado y golpeado ferozmente. Y en
la solidaridad con los derrotados en España por el fascismo. Formó
parte de la Sociedad Internacional Antifascista— grupo unitario de
diversas ideologías— que tenía su sede en el Pasaje Barolo.
El
año 1939 lo vio dedicado a la lucha contra la guerra. Comenzó ese año
un estrecho contacto con los estudiantes universitarios y muchos de los
manifiestos de la FUBA de aquellos años se debe a su pensamiento. La
resolución del Segundo Congreso de Estudiantes Universitarios
Argentinos por el cual “la realización
del programa reformista sólo podrá alcanzarse después de haber
conseguido una transformación profunda en el orden económico y social
reinante” fue una interpretación de la línea que Badaraco sostenía siempre en su discusión con los estudiantes.
En
plena lucha de unidad por parte del incansable libertario, irrumpe el
peronismo en la escena nacional. El 17 de octubre de 1945 asiste a la
marcha proletaria que viene a liberar a Perón. Un núcleo de viejos
socialistas comentan: “éstos no son obreros, son lumpen”. Badaraco les contesta escuetamente: “Esta es la clase obrera que ustedes no conocen”.
LA MUERTE CON PERON
Diez
meses después, fallece, a los 45 años de edad, en el hospital
Salaberry. Poco antes había escrito una carta extensa a un amigo, que
saldrá publicada y que vale como su testamento político. Dirá allí: “En
los meses últimos ya no hay indiferentes en política. ¿Qué pasa de
extraordinario para que esta conmoción gane todas las capas sociales?
Casualmente, el peronismo y el triunfo del peronismo es el castigo por
nuestras insuficiencias en materia y en vida política. La política
apareció de pronto en el escenario social del país y no estábamos
preparados pudiendo entonces ver fácil la aventura política del
profascismo peronista al arrebatar las banderas sociales a los partidos
de izquierda y dejar entrever algunas soluciones para las grandes
masas. El voto al peronismo ha sido, en cierto sentido, un voto
revolucionario y social en grandes masas de la población. Ellas nos han
advertido de la realidad argentina a pesar de toda la deformación
social y de conciencia que el peronismo ha impreso en esas grandes
masas. La falta de una respuesta política a millares de argentinos y,
especialmente, de
jóvenes, abrió el juego de la política fascista o, por mejor decir,
profascista. Los obreros atrasados, los olvidados por nuestra burguesía
nacional y la oligarquía reaccionaria, movidos por los apremios de sus
insoluciones y castigados por el resentimiento fomentado por una
expoliación sin límites, votaron a Perón, son peronistas. Aquí radica la
profunda experiencia de estos días: ahora iremos más fortificados a
las luchas próximas y los obreros peronistas realizarán mientras tanto
la experiencia Perón. La experiencia Perón los traerá a nuestro lado o
no, si aún somos débiles para ganarlos. Perón tendrá todavía carne de
cañón para la guerra de los imperialistas”.
En la última parte de su escrito, señala Badaraco: “El
movimiento anarquista ha experimentado en la Argentina un colapso
tremendo, que venía de años, y que nosotros pronosticamos,
dividiéndonos. Yo continúo sosteniendo mi concepción obrera sindical
aplicada a la larga experiencia anarquista de más de setenta años. Eso
no me impide, porque estoy por la lucha y por formas progresivas de la
lucha: estar en contacto con las corrientes socialistas y comunistas.
Sostengo que la unidad es elemental para el movimiento obrero y que esta
unidad debe basarse en condiciones reales. ¿Que nosotros dispersos,
atomizados, sin núcleos Firmes de trabajo hemos perdido viejas y
consagradas posiciones? Y bien: el deber revolucionario señala
continuar luchando. Esto es lo que hago desde mi modesto puesto de
trabajo”.
El
sueño de Badaraco, un vigoroso movimiento independiente que uniera a
todas las izquierdas, no pudo ser. Las corrientes socialistas siguieron
con sus equivocaciones, sus marchas y contramarchas. Sólo fugazmente se
produjo ese acercamiento. Y lo logró la figura de este hombre. A un año
de su muerte se reunieron en su homenaje, en un acto, representantes de
todas las tendencias, en el salón Augusteo, bajo el lema: “Horacio Badaraco, treinta años de lucha”.
Hablaron en el mismo: Diego Abad de Santillán (anarquista), Corona
Martínez (socialista), Emilio Troise (comunista), Antonio Cabrera
(grupo Spartacus), René Stordeur (sindicalista), Germán López
(Federación Universitaria Argentina) y su amigo Joaquín Basante López.
La crónica afirma la presencia de una delegación peronista.
Lo
que en vida no había logrado, se hizo a su muerte. Como, por ejemplo,
quedaba su búsqueda de unidad, sus luchas, sus cárceles y torturas, su
vida y su muerte en la pobreza. Un auténtico héroe del pueblo. Pero en
el sentido de Romain Rolland: “Yo llamo héroes sólo a aquellos que
fueron grandes de corazón”.
* Publicado originalmente en El Porteño, Marzo 1987.
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